viernes, 3 de mayo de 2013

Los ideales de la cultura griega y las neurociencias.





Estudios culturales

¿Cuál es la razón por la que adoramos las cosas bellas?

A partir de diversas pruebas, las neurociencias empiezan a descubrir qué efecto tienen los buenos diseños en el cerebro de las personas
Por   | The New York Times
 
NUEVA YORK.- Como dijo una vez el experto en administración Garet Hamel, el buen diseño se ajusta a la famosa definición que dio Justice Potter Stewart de la pornografía: uno lo reconoce cuando lo ve. Y también cuando desea apropiárselo: ciertos estudios de imágenes del cerebro revelan que cuando vemos un producto atractivo puede activarse una parte que gobierna el movimiento de la mano. Instintivamente, la extendemos para alcanzar las cosas que nos atraen. La belleza, literalmente, nos atrae. Sin embargo, no se sabe bien por qué, dice Hamel.
Ahora, eso está empezando a cambiar. Ya está en marcha una verdadera revolución en la ciencia del diseño, y la mayoría de la gente, incluidos los diseñadores, ni siquiera lo sabe.
Por ejemplo, el color. El año último, investigadores alemanes descubrieron que con ver ciertos tonos de verde alcanza para que se disparen la creatividad y la motivación. Es fácil adivinar por qué: asociamos el verde con la vegetación que produce alimentos, con la promesa que eso implica.
Según muestran esos estudios, en parte eso podría explicar por qué una habitación con vista al paisaje puede acelerar la recuperación de los pacientes en los hospitales, fomentar el aprendizaje en las aulas y alentar la productividad en los lugares de trabajo. Estudios realizados en call-centers han demostrado que los empleados que podían ver por la ventana realizan sus tareas con un 6 o 7 por ciento más de eficiencia que aquellos que no tienen una ventana cerca, lo que genera un ahorro anual de cerca de 3000 dólares por empleado.
En algunos casos puede producirse el mismo efecto con un mural fotográfico o incluso pintado, aunque no se parezca a una imagen real. Las corporaciones invierten grandes cantidades de dinero para entender lo que motiva a sus empleados, y resulta ser que un poco de color o un mural pueden lograrlo.
La geometría simple también está conduciendo a revelaciones similares. Durante más de 2000 años, filósofos, matemáticos y artistas se han maravillado de las propiedades únicas del rectángulo dorado: si a un rectángulo dorado se le sustrae un cuadrado, lo que queda es otro rectángulo dorado, y así sucesivamente hasta el infinito.
Las así llamadas proporciones mágicas (alrededor de 5 por 8) son frecuentes en el formato de libros, estudios de televisión y tarjetas de crédito, y son la estructura que subyace en algunos de los diseños más venerados de la historia: las fachadas del Partenón y Notre Dame, el rostro de la Mona Lisa, el violín Stradivarius y el iPod original.
Hay experimentos que se remontan al siglo XIX que demuestran que las personas prefieren imágenes con esas proporciones, pero ninguno demostró por qué.
Luego, en 2009, un profesor de la Universidad de Duke probó que nuestros ojos escanean más rápidamente una imagen cuando tiene la forma de un rectángulo dorado. Es la disposición ideal, por ejemplo, de un párrafo de texto, la que más ayuda a la lectura y la retención. Esa simple forma acelera nuestra capacidad de percibir el mundo, y sin darnos cuenta, la utilizamos siempre que podemos.
Algunos patrones también tienen ese atractivo universal. Los fractales naturales -geometría irregular autorreplicante- están presentes prácticamente en toda la naturaleza, desde las líneas costeras y el curso de los ríos hasta los copos de nieve y las nervaduras de las hojas, e incluso en nuestros pulmones. En los últimos años, los físicos han descubierto que la gente prefiere invariablemente una determinada densidad matemática de fractales: ni demasiado densa ni demasiado dispersa.
Según esa teoría, ese patrón en particular es un eco de la forma de los árboles, y más específicamente de la acacia de la sabana africana, que está albergada en la memoria humana como cuna de la raza humana. Parafraseando a un biólogo, la belleza está en los genes del que mira, y nuestro hogar está donde nació el genoma.
En 1949, la revista Life nombró a James Pollock como "el más grande pintor vivo de Estados Unidos", cuando el artista estaba creando esos cuadros que hoy sabemos que contienen una densidad fractal óptima (alrededor de 1,3 en una escala de 1 a 2 que va de vacío a sólido).
Nuestra respuesta a ese patrón geométrico es tan rotunda que hasta puede reducir los niveles de estrés hasta un 60 por ciento, por el simple hecho de estar presente dentro de nuestro campo de visión. Un investigador calculó que ya que los estadounidenses gastan 300.000 millones de dólares el año en enfermedades relacionadas con el estrés, los beneficios económicos de estas formas, si se aplicaran generalizadamente, podrían ser billonarios.
No debería sorprendernos que el buen diseño tenga efectos tan contundentes. Después de todo, el mal diseño produce los efectos inversos: las computadoras mal diseñadas pueden lastimarnos las muñecas, las sillas de formas extrañas pueden dañarnos la espalda y la luz demasiado intensa puede cansarnos los ojos.
Pensamos en el gran diseño como un arte, no una ciencia. Como si fuera un misterioso regalo de los dioses. Pero si los diseñadores supieran más de la matemática de la atracción, la mecánica del afecto, todos los objetos diseñados -desde las casas hasta los celulares, pasando por las oficinas y los autos- podrían ser lindos y a la vez beneficiosos..

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